Ángel María Echeverría Salinas, de 55 años, vivía con su padre Ángel María Echeverría Iricibar, de 83, en la casa familiar de la calle Iturria, nº 7 de Labiano. Vecinos y vecinas han contado que la víctima “no tenía ninguna relación con el pueblo”. Incluso, algunos de ellos no recordaban ni su nombre.

No salía a la calle, y a lo sumo podías coincidir con él cuando se montaba en el coche –este domingo su vehículo se encontraba aparcado en la puerta de la casa–. En una ocasión le tocó de mesa en unas elecciones y ahí le vimos”, ha detallado uno de los vecinos.

Con dos hijas

Estaba separado y de esa relación tuvo dos hijas gemelas, que ahora tienen 13 años. La convivencia con su pareja fue truculenta. Mientras las pequeñas vivieron en Labiano Ángel Mari Echeverría Iricibar, de 83 años y viudo, se preocupaba por ellas, como también lo hacía ahora.

Actualmente Ángel María Echeverría Salinas no trabajaba, pero anteriormente realizó tareas en el valle de Aranguren al ser contratado por el Ayuntamiento, en el proceso de selección de perfiles de personas con necesidades y de difícil empleabilidad.

Discusiones

Sin embargo, según han señalado en el pueblo, la víctima padecía problemas de adicciones desde joven, una situación personal que complicaba la relación con su progenitor. En ocasiones, se producían discusiones en el interior del inmueble, que escuchaban los vecinos. Además han añadido que solía recibir de manera frecuente visitas de “personas extrañas” a la casa. La víctima tenía una hermana, que “desde hace muchos años no venía a Labiano”, han concluido. 

Autor del crimen: abuelo comprometido y aficionado a la caza

Ángel María Echeverría Iricibar, de 83 años y originario de Labiano, ha salido de su domicilio tras el homicidio para avisar: primero ha llamado a la puerta de un vecino y al no responder, ha acudido a otra vecina, quien ha comunicado al 112 de lo ocurrido. “Lloraba mientras la Policía Foral se lo llevaba arrestado a comisaría”, han contado vecinos de Labiano.  

Aquellos que han hablado –otros han preferido guardar silencio– se han compadecido de él por el fatal desenlace de la complicada relación con su hijo.

La frialdad con la que se han referido a la víctima chocaba con las palabras de aprecio hacia el autor del homicidio. 

Viudo, con una hija y el hijo con el que convivía, ejerció de pastelero en la histórica Manterola de Pamplona. Entre sus aficiones, destaca la caza, recoger setas y sus paseos por el monte.

Allá encuentra paz, la que carecía en casa. Nunca ha tenido pereza para levantarse a las cinco de la mañana y marcharse al monte”, han manifestado personas del pueblo. Pero hace unos años, le detectaron una enfermedad de la que estaba siendo tratado. Los vecinos han resaltado la implicación de Mari, como así le llaman en Labiano, con sus dos nietas –hijas de la víctima mortal–. “¡Cuántas veces hemos visto a las pequeñas con su abuelo mientras jugaba al mus con sus amigos!”, han explicado.

A pesar de que las niñas ahora viven con su madre en otra localidad, él sigue manteniendo el contacto con ellas. 

La convivencia de Mari con su hijo había traspasado todos los límites, y ya había tomado la decisión de solicitar plaza para ingresar en la residencia de la Misericordia en Pamplona. Este lunes le habían concertado una entrevista para ello.