Cataluña vota este domingo para decidir bastante más que quién será el próximo inquilino de la Generalitat. A nadie se le escapa que si estos comicios son realmente importantes es porque van a afectar, para bien o para mal, al devenir de la enmarañada política estatal. A día de hoy, Pedro Sánchez apenas puede mover un dedo sin contar con el beneplácito de ERC y Junts, de ahí que optara por renunciar a tener presupuestos en 2024 cuando escuchó anunciar a Pere Aragonès que disolvía el Parlament y llamaba a las urnas. No había que ser muy listo para concluir que la discusión presupuestaria estaba condenada al fracaso mientras los dos principales actores del procés estuvieran enfrascados en una contienda electoral, por lo que el presidente español se ahorró el desgaste que suponía negociar miles de partidas presupuestarias con sus socios de investidura. Desde entonces, casi no hay actividad en Moncloa. El Gobierno, como no puede ser de otra forma, despacha los asuntos cotidianos, pero está a la espera de que pase este ciclo electoral para ver qué fotografía queda de todo ello. Y preocupa mucho más el escrutinio de este domingo que el que ha de hacerse el 9 de junio para las europeas.

Si las encuestas no se equivocan –las que se hicieron para la CAV afinaron mucho–, el independentismo no va a tener escaños para reimpulsar el procés, que por otra parte ha quedado postergado en la campaña. Las urnas seguramente también van a deshacer el empate entre ERC (que se impuso a Junts por 35.000 votos y un escaño en 2021) y los liderados por Puigdemont (que superaron a los republicanos por 12.000 votos y dos parlamentarios en 2017), lo que tal vez abra la puerta a un cambio en las estrategias de estos partidos. Tras seis años de mutuas desconfianzas, la posibilidad de un nuevo Govern de coalición entre ambos partidos parece descartada tanto aritméticamente –es probable que no alcancen los 68 escaños de la mayoría absoluta ni sumando a la CUP– como por la absoluta falta de sintonía entre los dirigentes de estas siglas.

Todo esto, además del previsible triunfo de Illa, sería un alivio para Sánchez.

Sin embargo, hablar ahora de que se vaya a solucionar la gobernabilidad en el Estado parece un atrevimiento. En Cataluña hemos asistido en los últimos años a numerosos giros de guion y es difícil prever cuál será la próxima pantalla.