Joven talento, apenas 23 años, Carlos Rodríguez parece un ciclista de otro tiempo, ajeno a la fanfarrea, la algarabía, la grandilocuencia y la volatilidad del momentismo que alimenta las prisas. Su carácter, su estoicismo, su entereza le aleja de una generación que idolatra a los influencers, le entusiasman los highlights y el vértigo del frenesí que provoca la inmediatez. Carlos Rodríguez no necesita el fast food de la aprobación rápida para madurar.

En el ciclismo del turbocapitalismo, –ese que corre desbocado, cada vez más adolescente, impaciente, voraz, donde no existen los tiempos medios y gobierna con descaro la víscera– el granadino asoma como un muchacho que mide lo que dice, que no abandona el rigor y que sostiene su discurso a largo plazo. La consistencia, la solvencia y la regularidad le elevaron al trono del Tour de Romandía. Campeón sereno en Suiza por delante de Vlasov y Lipowitz. Imperturbable en su humildad, el granadino es un ciclista contracultural.

Alex Aranburu, quinto

Carlos Rodríguez se sitúa en el extrarradio de la purpura y del neón, de las soflamas y el populismo. Firme y sólido, celebró su primera victoria en una vuelta por etapas del WorldTour. En el cierre en Vernier, donde se impuso el esprint salvaje de Godon, en el que Alex Aranburu, de nuevo en el foco, fue quinto, una sonrisa se desplegó en el rostro concentrado de Carlos Rodríguez, vigilante bajo la lluvia, que tiró a mas de uno.

Dorian Godon, implacable, vencedor en la última etapa. Efe

El granadino, vencedor de la última etapa de la Itzulia que coronó a Juan Ayuso, desplegó el poder de la regularidad. Estuvo donde tuvo que estar y eso es una virtud extraordinaria. No pudo obtener ningún triunfo parcial, pero saltó la banca en Suiza. Su sobriedad en la crono y su fortaleza en los días de montaña, –sobre todo el sábado, cuando al explosivo Ayuso se lo tragó la montaña, abrumado y sin respuesta– fijaron a Carlos Rodríguez en la atalaya de la carrera con unos segundo suficientes ante Vlasov y Lipowitz.

El líder del Ineos, que tuvo que mejorar la oferta para retenerle después de su quinta plaza en el Tour y batir a Pogacar y Vingegaard en una jornada lisérgica con remate en Morzine, abrió el palmarés en una carrera por etapas. En su biografía, seis laureles, se acumulan cuatro de la máxima categoría. El dato sirve para enmarcar la calidad de Carlos Rodríguez, un ciclista soberbio que no responde al efectismo pero que posee lo necesario, lo importante, que no lo urgente, para imponer su efectividad.

Lluvia y caídas

En un día ametrallado por la lluvia, galvanizado por los nervios, inquieto por el caos, Carlos Rodríguez no perdió el foco, centrado en su tarea, seguir de amarillo aunque el color de líder lo cubriera el chubasquero negro. Se desprendió de él en lo más alto del podio. Sin estridencias, en silencio, sin poses ni imposturas, el granadino celebró su convincente victoria en el Tour de Romandía entre susurros. La revolución serena de Carlos Rodríguez.